El relator de Luz respectivo (¿la conciencia?, ¿el inconciente?), nos sumergía en escenas del pasado como proyectadas en nuestras mentes, algunas agradables, otras tiernas, y otras tristes. Fue esa voz profunda la que nos aconsejó, *dirijan la mirada hacia arriba cada vez que los afecten los recuerdos*, y sí, cosa extraña, si miro hacia arriba recupero la plenitud de la que hablé antes, como si arriba estuviera el cielo y abajo el sufrimiento que me produjo el existir.
*Aquel aciago agosto de hace años, unos diez, Gabriel y Julieta legalizaron el divorcio ante un juez, en esa época en que divorciarse era un acto de épica intrepidez para toda mujer y de inesperada derrota para cualquier hombre. Nadie se explicaba cómo eran capaces de acabar con el enlace matrimonial de tantos años, cómo podían echar por la borda esa unión aparentemente invencible. La última palabra la tuvo Julieta y optó por el adiós definitivo en nombre de su dignidad y llevada por el orgullo y el deseo de vengarse*, yo llevaba un año cavilándolo. Con el corazón profundamente herido, no tuve duda cuando tomé esa drástica decisión que en adelante me enorgullecería pese a tener que enfrentarme a tantas adversidades. Los mil motivos que había acumulado para hacerlo, me envalentonaron y no vacilé ni siquiera cuando Gabriel, antes de firmar la ruptura definitiva, me propuso con su pasmosa ecuanimidad, darnos una tregua de dos años para convencernos de si esa era la solución o si debíamos continuar. Radical y altiva, le contesté, que no, que ni de vaina, que nunca en mi vida había estado tan segura de algo, que tenía que dar ese paso, que él no me había dejado otra alternativa con su mal comportamiento, *y Ante tanta firmeza, Gabriel no insistió. Analizó en silencio que no era prudente en ese momento pedirte que recapacitaras, era mejor dejar pasar un tiempo para que se aplacara el nudo de resentimientos y rabias acumulados en tu corazón. A juicio de Gabriel, tú no estabas reaccionando airada, como él hubiera esperado, y esto le preocupó pues eran signos claros de cansancio profundo, de hastío absoluto*, qué va, yo que me lo conozco, estoy segura de que él pensó, que yo flaquearías luego de unos meses sin verlo, que no iba a poder vivir sin él, que me iba a morir sin él y no iba a tardar en buscarlo para rogarle que volviera, ¿cierto Gabriel? Pues, no, no fue así, yo decidí regodearme un poco para no mostrarme débil y ansioso aunque, bien sabía, que al final, si tú me lo permitías, terminaría echado en tus brazos como niño desvalido y todo volvería a la normalidad, *cuan lejos estaban de imaginar que pasado el tiempo triunfarían la arrogancia y el olvido. A Julieta le parecía increíble ser capaz de hacer lo que estaba haciendo, el primer y único acto valeroso de su vida. Era una hazaña memorable si se analizaba la dependencia que tenía de él desde muy joven*, ni por eso eché para atrás mi decisión por mucho que me doliera, quería que me extrañara, demostrarle que no era tan malo ese destino conmigo del que tanto había renegado como si pensara que merecía algo mejor, y como era él el que me había fallado a él le correspondería buscarme y convencerme de que me amaba, que no podía vivir sin mí, que no soportaba desbaratar su hogar. Yo jamás lo haría, así me muriera, porque significaba continuar con él pero llena de humillación y desamor. Me ayudó a mantenerme firme la sensación de que no había suficiente amor de su parte, nadie que de verdad quiere traiciona así, y si me buscaba lo hacía por comodidad, sobre todo por el interés de no ponerse en evidencia ante el mundo. Para que veas Julieta, yo sí te quería, pero no sabía cuánto, ni cuánto me dolería nuestro rompimiento. De haber intuido cómo se me desbarataría la vida, jamás te hubiera dejado ir.
*La relación se volvió añicos desde aquella noche en que Gabriel reveló a Julieta su infidelidad y eso que no se atrevió a decirle su bella consecuencia: una hija que ya tenía cuatro años. La primera vez que trató de sincerarse con ella fue en Chile, ¿recuerdas, Gabriel? Estaba decidido a enfrentar los negativos efectos de su confesión y no se sabe, ni él mismo podría explicarlo, por qué en el último instante lo invadió la cobardía y se arrepintió de contarle la verdad completa, prefiriendo seguir cobijado con la mentira sin avergonzarse. Erróneamente creyó que desahogar a cuenta gotas el engaño, que tanto le oprimía, podría amortiguar el impacto y decidió callar lo más grave del asunto, la existencia de una hija, de cuatro años de edad. En ocasiones anteriores, estuvo dispuesto a hablar, consciente de que una verdad de estas no se puede ocultar indefinidamente pero se detenía al imaginar la reacción de Julieta, su inmensa decepción, el derrumbamiento del alto concepto que ella y todos tenían de él. Además, vaya egoísmo, calculaba que si esperaba unos pocos años, disminuirían, en ella, los atractivos y el autoestima, pues una vez traspasara los cincuenta no tendría fuerza ni encantos para empezar una nueva vida sin él y por inercia tendría que continuar a su lado.